Luis Cernuda en el Paseo Colón de Sevilla, 1934
Aprovechando que hoy, 21 de
septiembre, se cumplen 110 años del nacimiento de Luis Cernuda, me gustaría
sacar a colación un artículo de un célebre poeta de nuestros tiempos, que volví
a leer hace poco, el que asegura que la obra de Cernuda está escrita movida por
el odio. El artículo, titulado “Los
rencores de Luis Cernuda”, dice lo siguiente:
El caso de Luis Cernuda es
extraño, porque une la grandeza a la inseguridad, una obra importantísima a una
capacidad desmesurada de odio. Aunque haya quien mantenga ingenuamente que sus
desprecios y sus injusticias son fruto de la independencia moral, los rencores
de Cernuda nos muestran a un individuo que necesitaba obsesivamente el
reconocimiento de los demás, que dependía de los otros hasta unos límites
desesperados. Siempre me ha llamado la atención que el autor de La realidad y
el deseo, uno de los libros más importantes de la poesía europea del siglo XX,
arrastrase a lo largo de toda su vida rencores de poeta menor, traicionando su
propio orgullo con una dependencia rabiosa. Ya en un artículo de 1959, el poeta
Tomás Segovia se mostraba sorprendido de que los rencores de Cernuda marcasen
el rumbo de algunos de sus poemas: «nos habla de conocidos suyos o de su propia
familia, haciendo gala de unos sentimientos que no tienen la fuerza de la
maldad, la acidez del cinismo, el fuego de la rebeldía, sino sólo una falta, la
falta de bondad y de luz del tendero cerril; que son lo que bien podemos llamar
torpes sentimientos» (García Montero, 2002: 23).
Tras eso, García Montero
continúa citando anécdotas y cartas que, según él, demuestran la profunda
mezquindad de Cernuda con sus amigos y, en general, con la humanidad al
completo.
Pero García Montero no es el
único que se permite juzgar tan duramente –y de forma tan gratuita- el carácter
del excelso sevillano. Otros, como Francisco Umbral, tienen el atrevimiento de
escribir frases tales como “Cernuda era gran poeta y mala persona” (Umbral,
1994: 182).
Después -¡oh, ironías de la
vida!-, me topo con un pseudoartículo de 2002 de uno de nuestros más “prestigiosos
intelectuales”, el excelentísimo ex Presidente José María Aznar, autor de citas
que lo han hecho más famoso en la DGT que al propio Stevie Wonder, como aquella
de: “¿Y quién te ha dicho
a ti que quiero que conduzcas por mí?”. Un pseudoartículo, decía, titulado “El
retorno de Cernuda” –que suena a algo así como El retorno del jedi-, en el
que ensalza la figura del poeta como defensor de una España de valores
culturales, laicos, educativos y de libertad que resultaban utópicos en los
años treinta. Y el autor de dicho artículo es un señor que se dedicaba a pactar
con Rouco Varela para mantener adoctrinada a la población, que hundía
socialmente a nuestro país y que creía en la educación y la sanidad para unos
pocos, como bien demostraba en sus actuaciones políticas de privatización
descarnada. Y sin embargo, se permite el lujo de adueñarse de las palabras de
Cernuda para aderezar su discurso. ¡Viva la hipocresía! Pero en este país, al
contrario de lo que debe pensar Aznar, algunos nos interesamos por la
literatura, por la cultura, y disponemos de unos mínimos conocimientos que nos
permiten declarar que, si Cernuda levantara la cabeza y oyera su nombre en los
labios de semejante personaje, se reiría amargamente, con esa ironía grave tan
suya, y escribiría algún poema donde lo pondría verde –y no lo escupiría a la
cara porque era muy educado, que si no…
Pero que elementos
ultraderechistas como Aznar apoyen su discurso con el nombre de Cernuda es solo
un poco más inquietante que el hecho de que escritores que supuestamente se
sitúan en un plano ideológico de izquierdas ataquen sin demostraciones
verídicas la altura moral del sevillano. Es más, si lo hacen es porque no han
leído bien a Cernuda, o porque no han sabido comprenderlo, igual que todos
aquellos contemporáneos suyos que lo acusaban de antipático, de mezquino, de
frío e insensible. Ya lo dijo el propio Cernuda en su poema “A un poeta
futuro”, perteneciente a la obra Como quien espera el alba:
Ahora, cuando me catalogan ya
los hombres
Bajo sus clasificaciones y sus
fechas,
Disgusto a unos por frío y a
los otros por raro,
Y en mi temblor humano hallan
reminiscencias
Muertas. Nunca han de
comprender que si mi lengua
El mundo cantó un día, fue
amor quien la inspiraba
(2005: 341).
Efectivamente. Basta leer
cualquiera de sus versos para percatarse de que no es odio, ni rencor, sino
amor, el eje de la poética cernudiana. Un amor doloroso a fuerza de no ser
correspondido, que se vuelve amargo y desesperanzado, que ataca a la concepción
misma de la palabra ante la desesperación a la que conduce la soledad del yo
poético. Y así, llegamos al Cernuda que afirma, con terrible convicción, que
“la caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira” (2005: 218).
En una anotación de 1931, escribiendo para sí mismo, descubrimos la siguiente reflexión:
“Me destroza esta lucha estéril, esta fuerza amorosa que no teniendo nada a que
o a quien aplicarse se vuelve contra mí” (2002: 755). Y en esa reflexión
podemos hallar la justificación de todos sus desaires, de las rabietas
momentáneas que le llevaron a escribir cosas como:
No valía la pena ir poco a
poco olvidando la realidad para que ahora fuera a recordarla, ¡y ante qué
gente! La detesto como detesto lo que a ella pertenece: mis amigos, mi familia,
mi país. No sé nada, no quiero nada, no espero nada.
Estas palabras fueron escritas
por Cernuda a modo de autorretrato, acompañando a su fotografía, en la
Antología de Gerardo Diego de 1931. El lector cernudiano primerizo quedará
ligeramente sorprendido por ese “detestar” del poeta que alcanza a todo su
mundo, de esa actitud de aparente desprecio universal. Aquel otro que se halle
familiarizado con la obra de Cernuda, sin embargo, no podrá menos que sonreír y
comprender que no se trata más… ¡que de una de las célebres rabietas de Luis!
Porque el mismo Cernuda que escribió eso escribió también, en Una comedia
inacabada y sin título, que “ningún sueño vale nada al lado de esa realidad que
se esconde siempre y que solo a veces podemos sorprender” (2002: 489). He aquí un
ejemplo de contradicción, porque en un momento pasa de detestar la realidad “y
todo lo que a ella pertenece”, a idealizar una parte de esa realidad que para
él se halla oculta. Es un Cernuda más reflexivo el que escribe la última frase,
un Cernuda también más maduro, menos impulsivo. La realidad que a él le
gustaría alcanzar –lo que llamó “deseo”- se le escapa de entre los dedos al
perseguirla, y surge la amarga postura de la zorra de la fábula de Samaniego,
que al no llegar hasta las uvas declaró, muy digna, “que, de todas formas, no
estaban maduras”.
Luis Cernuda en Ronda, Málaga, septiembre de 1934
“El amor mueve el mundo”
(2005: 113), escribió un jovencísimo Cernuda, allá por 1925, en su primer
poemario, el malogrado e incomprendido Perfil del aire. Resulta paradójico que,
siendo el amor la dimensión vital más importante para el poeta, también fuera
la más inalcanzable. El sentimiento de absurdo, de impotencia, que impregnaría
su existencia, unido a su natural timidez y a su hipersensibilidad, le
conduciría a adoptar una fachada de frialdad, de antipatía teñida de amargura,
de resignación ante la soledad. Y sin embargo, a lo largo de toda su obra
seguimos sorprendiendo súbitos arrebatos de ternura, de nostalgia de un amor
que siempre le fue negado. Los siguientes versos pertenecen a “Drama o puerta
cerrada”, contenido en el poemario surrealista Un río, un amor:
Sólo sabemos esculpir
biografías
En músicas hostiles;
Sólo sabemos contar
afirmaciones
O negaciones, cabellera de
noche;
Sólo sabemos invocar como
niños al frío
Por miedo de irnos solos a la
sombra del tiempo
(2005: 163).
Y es que Cernuda jamás dejó de
ser, en el fondo, un alma infantil temerosa de la soledad, por mucho que le
dedicara a ésta poemas maravillosos como aquel “Soliloquio del farero” (2005:
223), por mucho que tratara de afirmarse en su papel de misántropo resignado.
También en Una comedia
inacabada y sin título encontramos una descripción de uno de los personajes
protagonistas, Conrado, que constituye en realidad un autorretrato del poeta,
una pista que Cernuda nos ofrece calladamente, para que seamos capaces de
comprender la dimensión oculta de su compleja personalidad:
Te juzgan mal y sufres por
eso. Eres de nieve por fuera y de llama por dentro. Quien te toca se hiela
mientras tú te abrasas. No sabes querer y estás queriendo siempre; no sabes
vivir y estás vivo. Tu sitio no está en ninguna parte; siempre desearás un
lugar diferente. Eres el extranjero. Qué lástima… Tan guapo… Pareces de plata,
que reluces en la noche (2002: 490).
La vida no sonrió a nuestro
poeta, y cabe añadir a esto el carácter pesimista y desesperanzado que siempre
le acompañó –y que no se debe achacar completamente a su condición homosexual,
como parte de la crítica se empeña en sostener. Al final, acabó “yéndose solo a
la sombra del tiempo” –al menos, en el plano sentimental-, cumpliendo su mayor
temor, cuando en 1963 fue encontrado muerto, a causa de un infarto, en la casa
de Concha Méndez, en México, donde pasó la última parte de su vida. Tenía,
desde hacía menos de un mes, sesenta y un años.
He leído en muchos estudios
sobre Cernuda –y estoy completamente de acuerdo- que toda su obra poética y en
prosa es autobiográfica: se busca a sí mismo constantemente en cada uno de sus
personajes, de sus palabras, de sus poemas. Por eso no acabo de entender cómo
alguien que haya leído la obra cernudiana puede afirmar que odió o que fue
“mala persona”, cuando él mismo se desnuda en cada texto y se presenta
vulnerable, como siempre fue: tremendamente vulnerable y enfermo de tristeza, o
nostálgico de imposibles. Leer a Cernuda con atención es también comprenderle:
resulta imposible no hacerlo. Y comprenderle es sentir una oleada de
complicidad, como quien escucha a un amigo íntimo, a un amigo de toda la vida.
Eso es lo que él pretendía cuando, en “A un poeta futuro”, escribió:
Y alcanzar aquel muro del
espacio
Separando mis años de los
tuyos futuros.
Sólo quiero mi brazo sobre
otro brazo amigo,
Que otros ojos compartan lo
que miran los míos.
Aunque tú no sabrás con cuánto
amor hoy busco
Por ese abismo blanco del
tiempo venidero
La sombra de tu alma […]
Cuando en días venideros, […]
lleve el destino
Tu mano hacia el volumen donde
yazcan
Olvidados mis versos, y lo
abras,
Yo sé que sentirás mi voz
llegarte,
No de la letra vieja, mas del
fondo
Vivo en tu entraña, con un
afán sin nombre
Que tú dominarás. Escúchame y
comprende.
En sus limbos mi alma quizá
recuerde algo,
Y entonces en ti mismo mis
sueños y deseos
Tendrán razón al fin, y habré
vivido
(2005: 341-342).
Cuando le escucho, cuando le
comprendo como la amiga futura que tanto deseó, no puedo evitar preguntarme
cómo hubiera sido la poesía de un Cernuda enamorado, y correspondido en su
amor. Si de verdad a su amado “le hubiera dado el mundo”, como a aquel anónimo
muchacho andaluz de su poema:
Te hubiera dado el mundo,
Muchacho que surgiste
Al caer de la luz por tu
Conquero,
Tras la colina ocre,
Entre pinos antiguos de
perenne alegría.
[…] Si el amor fuera un ala
(2005: 221).
RECURSOS:
AZNAR, José María (2002). “El
retorno de Cernuda”. El Cultural.es.
CERNUDA, Luis (2002). Prosa I. Derek Harris (ed.).
Madrid: Siruela.
CERNUDA, Luis (2005). Poesía completa. Derek Harris
(ed.). Madrid: Siruela.
GARCÍA MONTERO, Luis (2002). “Los
rencores de Luis Cernuda”. Revista
de Occidente 254-255, 19-37.
UMBRAL, Francisco (1994). Las palabras de la tribu.
Barcelona: Planeta.