miércoles, 17 de agosto de 2011

75 años más tarde




Hoy se cumplen tres cuartos de siglos desde que en Granada, "en su Granada", los falangistas asesinaran vilmente a uno de los poetas más grandes de toda la Historia de la Literatura Universal. ¿Sus delitos? Ser homosexual, de izquierdas, poeta. Podría detenerme a comentar los más recientes devenires de la odisea que parece suponer encontrar sus restos (mi teoría es que la familia ya está al corriente del paradero, pero esa es otra historia...) y de todos los estudios que se están realizando (el más fiable, a mi parecer, el de Gibson). Pero hoy no tengo palabras para el hombre muerto; quisiera tenerlas para el poeta vivo -siempre vivo-, y por eso doy voz a uno de sus mejores amigos: el también magistral Luis Cernuda, que escribió en 1931:

Un día, allá en la vega de Granada, nació un niño a cuyo alumbramiento asistieron todas las hadas. Una le dio el don de la simpatía, otra le dio ángel, otra le dio poesía; cada una le dio, en fin, su don especial. Pero cuando parecía que todas le habían saludado ya con tan graciosos presentes se vio que, oculta por las demás, aún quedaba un hada, menuda y apacible, al lado de las otras, evaporada de orgullo. Se acercó esta última y otorgó al recién nacido el don de saber vivir. Andando el tiempo, este niño, que se llamaba Federico García Lorca, puso en práctica los dones de las hadas. Sus poesías gustaron apenas escritas; aún inéditas, sus amigos las copiaban y aprendían de memoria; encontraba editores para sus libros; hasta los dragones de la Revista de Occidente se dormían blandamente a su paso. Y, en fin, sus amigos eran amigos suyos verdaderamente.

En efecto, esta última frase debiera ser muy cierta para que alguien como Cernuda -muy especial en el trato- le hubiera dedicado tan generosas y admirativas palabras, y no fueron las únicas. En lo que a mí respecta, el Lorca surrealista me abrió un mundo nuevo a la hora de escribir mis propias composiciones, y su poesía y su persona me atraen irremediablemente. Porque esa trsiteza envuelta en alegría -y en ganas de vivir, como decía Cernuda- siguen ejerciendo su aura deslumbrante después de tantos años. Y siempre, siempre, me acuerdo de ese verso profético de "Gacela de la muerte oscura":

Quiero dormir un rato;
un rato, un minuto, un siglo;

pero que todos sepan

que no he muerto.

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